Julián ha sentido una vocación innata por la defensa y protección del mar. En 2012, se unió a Corpagolfo como su vicepresidente, y hoy en día se enorgullece del impacto que la corporación ha logrado al asegurar que la voz del pescador artesanal sea escuchada.
El olor a sal y la brisa refrescante es una recompensa para el pescador que se lanza en su barca. Ningún lugar en el mundo da tanta tranquilidad
El oficio lo aprendió de su padre, Juan de Dios Medina, quien siempre quiso que fuera algo más que un marinero errante. Sin embargo, a Julián le atraía sensación de libertad que se siente cuando sale de faena.
Por eso dejó su empleo para encontrarse de nuevo con sus compañeros de faena, y acompañarlos en la búsqueda de condiciones que dignifiquen este oficio y ser su voz.
La defensa y protección del mar es una vocación que Julián ha tenido desde que aprendió a poner una carnada en la oscuridad, cuando salía a pescar con su padre.
Por esto, en 2012 se unió a Corpagolfo como su vicepresidente. Hoy se siente orgulloso porque la Corporación ha logrado que el pescador artesanal sea escuchado.
Gracias su pasión y dedicación, sus dos hijos cuentan con educación universitaria; pero esto no es un común denominador entre sus compañeros.
“Aún falta mucho para que podamos vivir dignamente de este oficio. El impacto de la pesca irresponsable y masiva nos afecta y preocupa”. Por esto, Julián y los representantes de las 16 asociaciones afiliadas a Corpagolfo han fortalecido sus habilidades microempresariales y se han capacitado en pesca responsable a través de talleres de buenas prácticas de conservación, manipulación y distribución de productos pesqueros.
“Hemos aprendido a realizar una pesca exclusivamente con artefactos como el anzuelo y la malla para asegurar que si el animal no cumple las condiciones se devuelva al mar. Estoy seguro de que mis compañeros entienden que hoy un pescado de calidad, fresco y con trazabilidad, garantiza un mejor pago al pescador”.